Ago 27 2019

Acerca del vacío existencial…

El mayor azote de la vida moderna es tener que dar importancia a cosas que, en realidad, no la tienen. – Rabindranath Tagore (Calcuta, ibidem, 1861-1941); filósofo, poeta, novelista, pedagogo y músico bengalí. Premio Nobel de Literatura en 1913.

Como sujetos se nos plantea desde el inicio mismo de nuestra existencia la idea de buscar la felicidad, pero el mensaje encriptado en esa fábula de ser felices y completos permanentemente es que nadie nos dice nada acerca del costo a pagar.

Hoy vivimos un idealismo comunicacional que nos vende minuto a minuto una cultura de felicidad interminable: amigos, fiestas, alegría y risas sin fin, donde el único propósito es pasarla bien.

El bombardeo constante de ofertas de goces y objetos para satisfacer nuestros deseos aparece como la solución mágica a la falta de respuestas frente al sentido de la vida.

Aparecen objetos deslumbrantes que se enaltecen a expensas de un sujeto que se detiene en su desarrollo, creatividad y que no sufre (…Zaratustra salió de su cueva ardiente y fuerte como el Sol cuando sale detrás de montañas oscuras, y dijo al Sol –radiante astro- ¿Qué sería de tu dicha si no tuvieses aquellos para los que brillas?-… – Friedrich Nietzsche, 1883).

Vivimos en una realidad en la cual se supone que la angustia existencial es una equivocación; no hay lugar para el cuestionamiento del ser. Es así que nos horroriza ver el juego mortífero de caminar en el puro placer: las adicciones, los suicidios en jóvenes, etc. La soledad misma del sujeto es algo que se hace insoportable y de la que nadie quiere saber.

Voces mudas denuncian el destino cruel que nos depara la insatisfacción cultural: bulimias, anorexias, adicciones, síntomas que gritan la anulación del sujeto. Estamos siendo devorados por los objetos, por el imperativo de consumo ilimitado, respuesta trágica, aniquiladora de una sociedad consumista que nos hace creer en la imagen de un espejo fallido. Así nos mostramos frente al otro con un personaje creado para engañar, pero en el proceso el único engañado es el sujeto mismo.

Freud nos habla de culpa, angustia e insatisfacción por vivir en la cultura. Sentimos culpa por no poder alcanzar el grado de placer establecido por nosotros mismos y por la sociedad, pero algunos deseos, como los más primitivos, están para ser formulados, no para ser cumplidos. El sujeto que persigue la realización de esos deseos, también teme a su realización y de este miedo deriva la respuesta fóbica que se materializa a través del ataque de pánico, la inhibición ante el miedo, donde el propio psiquismo pone un freno a través del cuerpo. Ya Heráclito de Éfeso señaló hace más de 2.500 años: «Que a los hombres les suceda cuanto quieren no es lo mejor».

La fobia es un modo de expresar el miedo, a partir de sus síntomas se fabrican límites, prevenciones y logra que el sujeto se mantenga alejado del objeto de deseo. El hombre retrocede porque se enfrenta a una oferta de goce que de realizarse le costaría su subjetividad. Podríamos decir que, si bien hoy se nos plantea el objeto al alcance de la mano, el sujeto busca protegerse de una realización de deseos que considera excesiva y peligrosa, y frente a la cual se siente pequeño e insuficiente.

¿Cómo soportar esta insatisfacción? Este es el gran enigma del sujeto, el malestar en la cultura es el precio que debemos pagar por vivir en comunidad, reprimir nuestros deseos por el solo hecho de acceder a una vida social.

El sufrimiento humano reside en tres fuentes: 1) el poder inexorable de las leyes de la naturaleza, 2) el transcurrir unidireccional del tiempo (la caducidad de lo sensible, en particular el cuerpo humano) y 3) la insuficiencia para regular las relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero la que resulta difícil de comprender es la tercera. Supuestamente la vida en sociedad debería generarnos satisfacción, pero no es así, no sabemos cómo responder al otro y esta es la causa que genera hostilidad hacia lo cultural.

Para poder mitigar el sufrimiento ante la insatisfacción constante encontramos tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas en el desarrollo intelectual o artístico o bien narcotizarnos para poder escapar aunque sea por un rato de la realidad descarnada. Otra manera de evitar el sufrimiento es la sublimación; este proceso hace que la energía libidinal se convierta en algo productivo socialmente y así alejamos la culpa y la insatisfacción momentáneamente.

Es posible canalizar nuestro sufrimiento por diferentes vías, que con ayuda de la fantasía nos hacen creer en el posible estado de felicidad, pero ninguno es eternamente efectivo.

La terapia psicológica ayuda a lograr que el sujeto entienda que todos pagamos el precio de la infelicidad por vivir en sociedad, que a muchos nos paraliza el miedo de ver la realidad cotidiana, pero que con síntomas y todo seguimos preguntándonos y tratando de entender, lo más lúcidos posibles, cómo vivir y soportar el vacío de no poder lograr el ideal de felicidad.

Lo que debemos aprender es a disfrutar de los momentos que tenemos, cuestionarnos acerca de nuestros deseos y continuar nuestro tránsito por la vida enfrentando la no realización completa del ser.